Me despejé los mechones que se aventuraban por recubrir mi rostro para observar con mayor claridad lo que se desplegaba ante mí. Allí, no había nadie más que nosotros; en ese inhospitalario entorno en el que las nubes parecían advertirnos de que iban a descargar una fuerte tormenta sobre nosotros, era donde más acompañada me sentía. Tenemos nombres distintos bajo los que cobijamos distintos anonimatos, cuando todos nos llamamos: soledad. Tus brazos alrededor de mí era el mejor abrigo que había tenido nunca. Ninguna realidad nos afecta porque no pertenecemos a ninguna de ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario